AMOR ANIMI ARBITRIO SUMITUR, NON PONITUR.
Elegimos amar, pero no podemos elegir dejar de amar.

Publio Sirio

SiempreConmigo...

martes, 8 de noviembre de 2011



"...Al fin sucedió. Yo estaba en el café, sentado junto a la ventana. Esta vez no esperaba nada, no estaba vigilando. Levanté los ojos, y ella estaba allí. Como una aparición, o un fantasma o sencillamente - y cuanto mejor- como Avellaneda. "Vengo a reclamar el café del otro dia", dijo. Me puse de pie, tropecé con la silla, mi cucharita de café resbaló de la mesa con un escandalo que más bien parecía provenir de un cucharón. Los mozos miraron. Ella se sentó.Yo recogí la cucharita, pero antes de poderme sentar me enganché el saco en ese maldito reborde que cada silla tiene en el respaldo.  En mi ensayo general de esta deseada entrevista, yo no había tenido en cuenta una puesta en escena tan movida. "Parece que lo asusté" dijo ella, riendo con franqueza. "Bueno, un poco si" confesé y eso me salvó. La naturalidad estaba recuperada.
...
Entonces dije "¿Sabe que usted es culpable de una de las crisis más importantes de mi vida?". Preguntó: "¿Económicas?", y todavía reía. Contesté "No, sentimental", y se puso seria. "Caramba", dijo, y esperó que yo continuara. Y continué: "Mire, Avellaneda, es muy posible que lo que le voy a decir le parezca una locura. Si es asi, me lo dice nomás. Pero no quiero andar con rodeos: creo que estoy enamorado de usted". Esperé unos instantes. Ni una palabra. Miraba fijamente la cartera. creo que se ruborizó un poco. No traté de identificar si el rubor era radiante o vergonzoso. Entonces segui: " A mi edad, y a su edad, lo más lógico hubiera sido que me callase la boca; pero creo que, de todos modos, era un homenaje que le debia. Yo no voy a exigir nada. Si usted, ahora, o mañana, o cuando sea, me dice basta, no se habla mas del asunto y tan amigos. No tenga miedo por su trabajo en la oficina, por la tranquilidad en su trabajo, sé comportarme, no se preocupe. Otra vez esperé. Estaba alli, indefensa, es decir, defendida por mí contra mi mismo. Cualquier cosa que ella dijera, cualquier actitud que asumiera, iba a significar: "Este es el color de su futuro". Por fin no pude esperar más y dije: "¿Y?". Sonreí un poco forzadamente y agregué con una voz temblona que estaba desmintiendo el chiste que pretendía ser: "¿Tiene algo que declarar?". Dejó de mirar su cartera. Cuando levantó los ojos, presentí que el momento peor habia pasado. "Ya lo sabía" dijo. "Por eso vine a tomar café".
 
LA TREGUA, Mario Benedetti

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